24 de enero de 2011

Vuelta por el universo. Parte I - introducción, bienvenida y llegada


La entrevista previa me pareció un fiasco. Mi fantasia era de un encuentro con un chamán al estilo del Don Juan de Castaneda, que me iba a preguntar cosas tales como quién era, que quería, por qué quería participar del ritual, que iba a evaluar mi “aptitud” para decidir si podía iniciarme en los misterios de las plantas sagradas.

En lugar de eso me encontré diez minutos sentado frente a un tipo de mi edad con aires jipones, tratando de despacharme rápido, preguntando trivialidades y llenando un formulario orientado a cuestiones médicas o a deslindar responsabilidades ante algún “ataque”, mas que a cuestiones espirituales: ¿toma usted medicación? ¿Sufre del corazón? ¿Padece de ataques de pánico? Declaro que la información consiganda es verdadera…

Pagué el “anticipo” y me fui a mi casa. Pensé: para este tipo esto es un curro, pero mientras yo consiga la ayahuasca, que se quede con la plata tranquilo. Para el será un comercio, para mí será… veremos que será.

Las indicaciones previas eran generales: comer liviano, no comer carne, no tener relaciones sexuales, no comer sólidos doce horas antes. Ante tal vaguedad y tratando de encontrar un por qué, obsesivamente recopilé información acerca del por qué de cada una de estas y decidí acatarlas. La dieta era importane: por una cuestión fisiológica frente a los efectos de la ingesta, por una cuestión ritual como limpieza del cuerpo y preparación para recibir la ceremonia. Lo de la carne fue fácil pues hacía meses no comía, lo del sexo… también. Fui un poco mas allá del “ayuno” y decidí no comer nada durante 24hs antes. Esa parte se complicó un poco mas de lo previsto.

Nunca había hecho algo asi, y había subestimado la tarea. Sólo agua, mate y te durante un día, es mucho mas dura tarea de lo que parecía. Llegó a alterarme los nervios realmente. Me costó dormir, y el día de ayuno, sólo en casa, fue algo bastante duro de llevar. No pude descansar. Mantener mi cabeza sosegada, meditar previamente a mi encuentro, aclarar la mente y despojarme de las trivialidades cotidianas como supuestamente debía requirió un gran esfuerzo que mi cuerpo a duras penas pudo acompañar.

Viajé como pude, fue largo el viaje. Llegué al lugar a la hora señalada. Débil física y mentalmente. Allí estaba el chaman, y uno a uno llegaron el resto de los comensales. Lo primero que hizo fue hacernos pasar de a uno para que “paguemos y nos saquemos el tema de encima”. De nuevo me dije: “mientras me de mi ayahuasca….”

Allí estábamos en una habitación amplia y casi vacía, en una casa fea, en construcción. “Tal vez me pega, tal vez me ayuda, tal vez me hacen la plata. Lo bueno es que mañana estoy en casa, lo primero que hago es comer frutas, tomar jugo, llenarme la panza, bañarme, meterme a la cama” .Colchonetas una al lado de la otra en dos filas dispuestas a lo largo, y él en un extremo, separadas escaso medio una de otra, con almohadones a modo de cabecera y ventiladores para apaciguar poco un calor que ahogaba. Cada uno con un balde vomitero, con bolsas, y una botella de agua. Catorce personas esquivando las miradas. “Esto es tan buenos Aires”. Me hacia acordar al subte: todos en fila, enfrentados, sin embargo todas las miradas calibradas neuróticamente de manera que nadie nunca se mire a los ojos. Todos extraños, todos callados, todos anónimos, cada uno mirando algo distinto de lo poco que había en la sala, catorce tipos pegados uno al lado del otro pero todos aislados. “Si así es, que así sea”, suspiré, elegí una línea en el cieloraso y la miré hasta que entró el anfitrión.

Empezó a preparar la toma. Botellas de gaseosa usadas con un caldo marrón espeso adentro. Soplaba, silbaba, mezclaba. Nos fue llamando y pasamos uno a uno, nos deseó salud, fuimos bebiendo y dando las gracias. Amarga, bien amarga, pero nada que con un poquito de voluntad no se tragara. Terminamos todos y largó algunas recomendaciones, ya no tan vagas: “no entren en pánico, no pierdan la calma, la planta a veces nos prueba y tal vez ese miedo sea la puerta de entrada. Tírense a esa pileta, y ante todo: confíen”. Insistía con lo de la confianza, mas tarde entendí a dónde apuntaba ese pedido.

Volví a mi lugar, termino la ronda, apagó la luz y allá estaba yo. Sentado en la penumbra, solo entraban algunos rayos de luz por las hendijas de una ventana. Comenzaron los cantos. Icaros le llaman. No decían nada, solo murmullos ininteligibles y melodías con aires indianos. Mis compañeros comenzaban sus viajes, algunos vomitaban, otros eructaban. Yo sentado, sintiendo como cada vez mas se me revolvía la panza.

El chaman iba y venia de un extremo a otro, cantando y mirándonos, tocando sus sonajeros y golpeando una caja. “Yo sentado comencé a tener las primeras sensaciones. Acá llega la planta, algo pasa” Vi los ojos de un gato negro, gigante, que desde lo oscuro me observaba. Vi frente a mi un arroyo, y los peces que en cardúmenes al otro extremo de la sala bajaban.

“¿Sentiste la planta?” me preguntó. “Creo que no”.”Bueno, tomá mucha agua. Concentrate en tomar agua y no pienses en mas nada”. Dije bueno, y así diez minutos estuve, sorbo tras sorbo, tomando agua.

No me pasaba nada. Mi cabeza trabajaba a mil, los pensamientos me asaltaban. La desconfianza en él y en el rito era clara, y era plena. Además sentí que él lo notaba. “Con mi mala vibra le puedo arruinarle el ritual, y él lo sabe”, pensaba.

En una de esas se para frente a mí, toma un sorbo de lo que parecía un aguardiente y me lo escupe en la cabeza. No entendí que pasaba, seguí en la mía como si nada. Había leído de que de una manera similar en emergencias te despertaban.

Ofreció otra ronda, le dije que yo quería y se me rió: “no, vos no” me dijo. Para adentro dije “Zas, cagamos, me sacó del ritual, me dio la cana”. Me quedé piola esperando que pasaba pero la desilusión me transitaba. Los cantos empezaban a cambiar. Se empezaban a dibujar palabras metidas en las melodías, ya mas reconocibles. Me hacía acordar a las coplas andinas, a los cantos de las cholas en fiestas y carnavales. Cantaba de ciencias santas, de curas, curanderitos, de confianza, de entregarse a la planta, de abrazar a la pachamama. Sentí que me lo decía a mí personalmente. Apelaba a que bajara mis defensas, a que confiara en él, a que confiara en su ciencia, a que confiara en la planta. Me perseguí un poco primero, pero después me fui relajando y me dije “bueno, acá estoy, dale, a ver que pasa”.

Se fueron los peces, se fueron los gatos. Me quedé un rato ahí tirado sin ver nada. Me concentré en la música, deje de pensar en las palabras, y no le di bola a las nauseas ni las arcadas, entendí que tenía que callar mi mente, que la voz de mi cabeza era tan fuerte que no me permitía escuchar nada. Me fui aflojando, me fui acallando, me fui ayahuascayando, mi cabeza y mis pensamientos de siempre se fueron silenciando.

Cambió la canción. Hacía sonidos con su boca, como un gong, graves y agudos, tocaba unos sonajeros, sonidos graves que subían y bajaban… y sentí cómo mi cabeza primero, y luego toda la sala, se transformaba en una gran caja de resonancia. La ondas salían de su boca y en mí retumbaban y se amplificaban. Fue la señal, el timbre el anuncio: yo entraba al mundo de la planta, o mejor dicho, la planta hacía su entrada. Lo confirmó el cortejo: la caravana. Elefantes, gigantes, uno tras otro, a paso lento, al lado mío avanzaban. Ataviados con mantas con hilos de oro, con perlas, uno atrás de otro, al lado mío sus gigantes patas apoyaban.

Acostado veía su marcha. Por un momento pensé que me pisarían, sin embargo entendí que no me harían nada: venían hacia mí, porque la venida de alguien importante anunciaban.

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