1 de marzo de 2013

Ante La Ley


La ley (del latín lex, legis) es una norma jurídica dictada por el legislador. Es decir, un precepto establecido por la autoridad (es.wikipedia.org/wiki/Ley)

Emergente: la dicta alguien, una autoridad, alguien con poder para hacerlo

Las leyes son delimitadoras del libre albedrío de las personas dentro de la sociedad. Se puede decir que la ley es el control externo que existe para la conducta humana, en pocas palabras, las normas que rigen nuestra conducta social.

Emergente: limite, control


- Aristóteles: "El común consentimiento de la ciudad".

Emergente: dinamismo, consenso, convención.


- Gayo: "Es lo que el pueblo manda y establece".

Emergente: producto de una voluntad, interpetada y luego impuesta.

- Aftalion: "Es la norma general, establecida mediante la palabra por el órgano competente (legislador)".

Emergente: general vs. singular

- Planiol: "Regla social obligatoria establecida con carácter permanente por la autoridad pública y sancionada por la fuerza".


Emergente:

- Santo Tomás: "Ordenación de la razón dirigida al bien común y promulgada solemnemente por quien cuida a la comunidad".

Emergente: su origen paternal, el que cuida y sabe






Según la RAE:

1. f. Regla y norma constante e invariable de las cosas, nacida de la causa primera o de las cualidades y condiciones de las mismas.
2. f. Cada una de las relaciones existentes entre los diversos elementos que intervienen en un fenómeno.

Emergente: orden, inmutabilidad, causalidad, conocimiento de la escencia

3. f. Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados.

Emergente: tutelaje

Mas de Wikipedia:

  • Generalidad: La ley comprende a todos aquellos que se encuentran en las condiciones previstas por ella, sin excepciones de ninguna clase.

Emergente: sugiere convencimiento y acatamiento a partir de cierta pretension falsa de universalidad, pues es definida de manera circular: comprende a los que enuncia, y no excluye a nadie mas que los que no comprende

  • Obligatoriedad: Tiene carácter imperativo-atributivo, es decir, que por una parte establece obligaciones o deberes jurídicos y por la otra otorga derechos. Esto significa que siempre hay una voluntad que manda, que somete, y otra que obedece. La ley impone sus mandatos, incluso en contra de la voluntad de sus destinatarios. Su incumplimiento da lugar a una sanción, a un castigo impuesto por ella misma.

Emergente: sólo es posible en coexistencia con poder, con fuerza.

  • Permanencia: Se dictan con carácter indefinido, permanente, para un número indeterminado de casos y de hechos, y sólo dejará de tener vigencia mediante su abrogación, subrogación y derogación por leyes posteriores.

Emergente: "es  eterna y universal, hasta que se diga lo contrario y para los que les cabe"

  • Abstracta e impersonal: Las leyes no se emiten para regular o resolver casos individuales, ni para personas o grupos determinados, su impersonalidad y abstracción las conducen a la generalidad.

Emergente: el lenguaje debe aparentar impersonalidad para no evidenciar las falacia de su universalidad. Mientros menos impersonal parezca, menos poder de convencimiento tendrá su acatamiento voluntario.

  • Se reputa conocida: Nadie puede invocar su desconocimiento o ignorancia para dejar de cumplirla.

Emergente: el conocimiento como fuente de poder.

  • Rige hacia el futuro: Regula los hechos que ocurren a partir de su publicación irretroactiva.

Emergente: habilita así mismo la posibilidad de contradicción futura, permitiendo disimuladamente su contradicción con lo universal y eterno

En psicología:

La Ley es un concepto usado en psicoanálisis, específicamente en el psicoanálsis lacaniano para significar al conjunto de normativas que se instalan en el inconsciente de un sujeto durante la infancia. 
La Ley es considerada específicamente como procedente de quien cumple la función paterna, éste puede ser el padre (biológico o cualquiera que ocupe su lugar estructural). Así el significante padre instaura la Ley: separa al infante de la madre y mediante esta separación el sujeto es integrado en el orden simbólico del lenguaje, del discurso de la cultura.
Además de imponer normativas inconscientes, la Ley organiza racionalmente al psiquismo del sujeto..

Emergentes: metáfora de la madre como afan de goce irrestricto del mundo, de alguien asumiendo el rol paterno y limitando ese goce, según su goce, de manera recurrente e indefinida hasta llegar a la nocion de "cultura". Noción de integración en un orden. ¿por qué voluntad? Disposición del sujeto como instrumento de un discurso.

El concepto de ley, es de interés primordial para el psicoanálisis. Porque a la ley se le atribuye el nacimiento de la subjetividad, objeto de estudio de esta disciplina.

Emergentes: la subjetividad como hija de la supuesta objetividad.

La prohibición del incesto, es la ley fundamental que da origen al orden que conocemos y reconocemos como propio. 


3 de noviembre de 2011

Nominal

Por Juan Eduardo Tesone *

Nadie escapa al nombre propio. El nombre es a la vez un derecho del niño y una institución, la única institución que individualiza en un acto de reconocimiento, relacionada con las funciones simbólicas de la maternidad y paternidad. Nombrar es hacer entrar al niño en el orden de las relaciones humanas. Elegir, dar un nombre a un niño, es hacerle una donación de una historia imaginaria y simbólica familiar. Esa donación lo inserta en la continuidad de una filiación, lo inscribe en los linajes materno y paterno, hilo de Ariadna transgeneracional que le indica un camino, pero no lo traza de antemano, dado que el nombre hace de ese sujeto un ser irremplazable que no se confunde con ningún otro miembro del linaje.
Esa donación incluye algo de sagrado; es un bien que no ha de poder darse ni venderse, se otorga para ser guardado. En la elección del nombre del niño, primera inscripción simbólica del ser humano, aparece, en filigrana, el deseo de los padres. Cuando nace, el niño no es una tabla rasa, no está virgen de toda inscripción. Lo precede un ante-texto, que es también intertexto parental. El nombre deviene la traza escrita de la encrucijada del deseo de los padres. Sobre este pre-texto, el niño vendrá a inscribir su propio texto, a apropiarse de su propio nombre. Conviene entonces recorrer ese libro familiar, reconocer ese manuscrito de letras cursivas ligadas por lazos que atraviesan varias generaciones, para permitir al niño hacer suyo su nombre propio. Revitalizar nuestro propio nombre es siempre una tarea inacabada.
En el pensamiento griego, el destino es una figura compuesta, en la cual pueden destacarse tres aspectos: a) Moira, inflexible predeterminación de una existencia, palabras pronunciadas de antemano a las cuales deberá plegarse toda la historia; b) Tukhé, el encuentro (bueno o malo), el azar; c) Daîmon, el personaje interno al sujeto, ignorado de él mismo, que guía sus pasos independientemente de su voluntad. El nombre reúne los tres aspectos; condensa la necesidad y el azar; deja al sujeto la posibilidad de reapropiarse de su nombre de pila, enriquecido por las incertidumbres del azar.
En la elección del nombre de pila hay siempre un acto de creación que se recrea constantemente, a medida que el niño podrá hacer suyo su nombre. Sólo en el curso de ese proceso el nombre se convertirá realmente en nombre propio. Si en algún momento el niño hiciera un síntoma, el nombre de pila podría ser tomado como un criptograma, cuyo desciframiento se puede revelar útil para liberar al niño de un punto de anclaje necesario, sin duda, para su filiación, pero que a veces puede amarrarlo a una patología. Se atribuye un nombre a un niño, pero a veces se atribuye un niño a un nombre.
Los dos elementos del sistema onomástico moderno, común en Occidente, son el apellido y el nombre de pila. Que el apellido haya adquirido una importancia mayor en nuestro actual sistema no debe hacernos olvidar de que, en realidad, es de aparición reciente. La utilización del nombre comienza a aparecer hacia el año mil, y tan sólo durante el Renacimiento se extenderá su uso a toda Europa. Recién entonces prevalece la fórmula: nombre de pila más apellido. Sin extendernos sobre la evolución en la antroponimia moderna del uso del nombre de familia, conviene destacar que entonces (con excepción del sistema de nominación romano) había tan sólo un nombre. Ese nombre único correspondía, en líneas generales, a nuestro nombre de pila actual y no era transmisible de generación en generación. A cada niño se atribuía un nombre diferente y creado libremente por sus genitores. Las motivaciones podían estar influidas por un acontecimiento histórico de la comunidad, las características del parto o los rasgos del niño, la relación con los ancestros o, prevalentemente, por la expresión de los deseos que concernían al niño. Muy a menudo el nombre era inédito (los homónimos eran poco frecuentes) de modo que la creación simbólica de ese nombre dotaba al niño de una originalidad comparable con el patrimonio genético.
En las sociedades occidentales, el sentido de los nombres de pila se ha opacado, en la medida en que son elegidos a partir de una lista previamente existente. No es el caso en la mayoría de los pueblos de la Antigüedad o en el Africa tribal, donde el sentido de los nombres es relativamente transparente, ya que son una libre creación de quienes lo aplican, generalmente los padres, a veces con la contribución de su entorno familiar y social.
Me parece, sin embargo, que en nuestras sociedades el sentido no ha desaparecido. No me refiero al sentido literal de los nombres de pila, del cual hablan los diccionarios. Hablo de las motivaciones personales de los padres y de las condiciones mitopoiéticas de la elección del nombre de pila, que a mi juicio han pasado al registro inconsciente. Antes de nuestra llegada al mundo, una compleja red de relaciones familiares nos precede y determina, en tanto varias generaciones confluyen, de manera inconsciente, en la elección del nombre de pila del niño.
Nacido el niño, la función princeps de la familia es darle un lugar generador de alteridad. Y es por intermedio de la interpelación de su nombre de pila como el niño se va reconociendo como ser-separado-de sus padres. Responde a su nombre de pila aun antes de lograr decir “yo”.
Si el acto de nombrar puede desdoblarse en transmisión del apellido y elección del nombre de pila ¿no sería fundamentalmente a través de este último como se expresa el deseo parental? Si hay una fuerza determinante –significante–, ¿acaso no se expresa en las razones inconscientes de dicha elección? Un nombre nunca es indiferente, implica una serie de relaciones entre el que lo lleva y la fuente de la cual procede. En este sentido, el nombre de pila sólo es un nombre “propio” si se inserta en una historia simbólica familiar y social. En la elección del nombre de pila hay una inscripción y una transcripción del deseo parental. El nombre es el sedimento móvil de un mito familiar en suspensión que compromete al niño. Es el armazón, el cimiento, el zócalo de su futura identidad.
En el nombre de pila, sobredeterminado, se condensan y entrecruzan las cadenas asociativas de los sueños de los padres respecto del niño que quisieran tener. El significante de nuestro nombre contiene, en una alquimia fundadora, el deseo de nuestros padres. Sobre el ante-texto, que es también inter-texto, el niño imprimirá con su cuño su propio texto, y hará suyo su nombre propio. J. Derrida (Freud y la escena de la escritura) sugiere pensar la vida como una huella con fuerza determinante, que opera antes de que el ser exista como presencia. Si se acepta esta propuesta, se puede concebir el ante-texto que es el nombre de pila, ya no como una estatua inmóvil, tallada en la piedra una vez y para siempre, sino como una escultura cinética, que admitirá nuevas orientaciones en su movimiento, asumiendo diferentes formas en incesantes reformulaciones.
Según Ouaknin y Rotnemer (Le grand livre des prénoms bibliques et hébraïques, Paris, Albin Michel, 1993), el nombre tiene esencialmente tres funciones: de identificación, de filiación y de proyecto. J. Clerget (Le nom et la nomination, Toulouse, ed. Erès) señala que el acto de nombrar hace un agujero en el Uno del narcisismo omnipotente: ante el llamado de la ninfa Eco, enamorada, Narciso permanece indiferente, haciendo caso omiso a sus gemidos; ser llamado no hace agujero en Narciso, que prefiere morir ahogado antes que responder al llamado de su nombre.

* Autor de En las huellas del nombre propio (Ed. Letra Viva), que recibió el segundo Premio Nacional 2011 de la Secretaría de Cultura de Nación en la categoría “Ensayo psicológico”. Texto extractado del trabajo “El nombre propio en la encrucijada transgeneracional”, que se publicará en el próximo número de la revista Imago-Agenda.

29 de octubre de 2011

Astiz

"Hay un mal definido y poco entendido núcleo esencial en nuestro ser que, dada la libertad (de expandirse), sale a la luz, casi como en un  nacimiento, y que nos separa o incluso libera de influencias intrínsecas, y en consecuencia determina nuestra conducta moral y desarrollo. Un monstruo moral, creo, no nace, sino que es producido por una interferencia en ese desarrollo. No sé qué es ese núcleo: mente, espíritu o quizás una fuerza moral todavía innominada." (Sereny)



"En mi país por año hay 15 mil chicos que vuelan
como angelitos con sus alas por el buen aire
con la suerte y la calma de no haber conocido nada
para seguir siendo buenos quizás Dios robó esas almas.

Que piensas cuando te hablo de todo lo que paso
viste que todas las cosas se saben con el tiempo
suelto y aún viviendo el católico que bendijo
ya perdió hace mucho tiempo su lugar en el cielo.

Todos los días que te lleve saber como esto fue
te servirá para ser en otro tiempo algo más libre .

Son las únicas palabras que te pido escuchar
si no me muero de verguenza hoy aca
a todos por igual alguien nos espera
y de cualquier manera llorarás.

Que dignidad tan grande la de creer siempre en la vida
con solo ver una flor brotando entre las ruinas

Tu canción fue la rueda de los días que siguieron
tu canción fue mas lejos que la muerte que te hicieron
no tengas miedo ya dimos la vuelta al espanto
un viento algo más calmo se viene anunciando

El polvo de estas calles pone a santo con represor
pone al inocente en pena y despierta al asesino
témpano del olvido y de nunca decir nada
cuantas mirandas caídas sin ver que es lo que pasa
ningún dolor se siente mientras le toque al vecino
el que manda a matar es para sentirse mas vivo

Son mensajes del alma
herida pero bien clara sobre lo cobarde toda la verdad
ángel rubio de la muerte de que poco te sirvió
el himno, Jesús, la bandera, y el sol que te vió."
 
(Leon gieco - Mensajes del Alma)
 

El capitán Astiz y la pérdida del alma, por Gabriel Pasquini

October 26th, 20111:45 pm @
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No soy tan viejo, pero siento de un modo muy agudo que nací en un tiempo antiguo, una era anterior que ha desaparecido para siempre y de la que sólo quedan ruinas que algunos revolvemos con nostalgia y otros por mera arqueología.
Nací en 1966, es decir en el siglo previo a éste; pero ni siquiera esa separación de siglo alcanza a transmitir la dimensión del abismo que separa ese momento del actual.
Siempre hemos tenido narraciones que nos explicaran el mundo, que nos dijeran en términos épicos quiénes éramos, adónde íbamos, cuáles eran nuestras opciones en el corto tiempo de nuestras vidas.  Sin importar cuán escuálida fuera la realidad, en ellas se nos presentaba como parte de una trascendente aventura colectiva. Por siglos, nuestra parte de la humanidad vivió bajo alguna de las religiones del Libro –fuera Torá, Biblia o Corán. Y aun cuando su narrador y protagonista, el Dios único, fue declarado muerto en Occidente, nos dimos pronto otras Grandes Narraciones –como serían llamadas luego, cuando ya no estaban.
Esas narraciones –marxismo, psicoanálisis, etc.– contenían héroes como la clase obrera y villanos como la burguesía y sus esbirros; peripecias dramáticas, como la revolución o la alienación o la lucha de clases o la Guerra Fría; y mundos oscuros y complejos, como el inconsciente o el socialismo “real”. Hasta había un Fin de la Historia –¿qué auténtica narración carece de final?–, paradisíaco como en el Manifiesto Comunista o terrible como en 1984.
Uno podía adherir o combatir estos relatos en nombre de otros –la preservación del viejo orden, Dios, Estado o Nación–; si era más sofisticado, podía incluso discutir las ideas modernas que los sustentaban: la del progreso irrefrenable de la Historia, o la de que ésta posee un protagonista estelar, como la clase obrera o el pueblo elegido; o la de que el “yo” fuera expresión convincente y total de una voluntad más o menos homogénea. Pero lo que no podía –so pena de caer en la ingenuidad, la idiotez (útil o inútil) o la simple nulidad de una vida sin sentido—era sustraerse a ellas, negarlas, pretender que no estaban allí; porque, como se decía entonces, aún la no posición, la indiferencia, era, dentro de estas Narraciones, sólo un rol más, uno de los papeles que nos eran asignados, lo quisiéramos o no, por la poderosa marcha de la Historia.
Cuando, a mis 23 años, estaba más que listo para vivir mi  capítulo de la épica colectiva, esta se marchitó de un golpe, como había ocurrido con Dios. Tal vez había comenzado a morir antes, pero se expidió el certificado de defunción en ese año, 1989, y fue sepultada  oficialmente bajo los escombros del Muro de Berlín.
De pronto ya no había lucha de clases, progreso o sentido de la Historia; de pronto ya no íbamos en dirección alguna –excepto, quizás, de compras al shopping center o a sentarnos ante alguna pantalla.
De pronto, esas Grandes Narraciones que unían pasado, presente y futuro eran meros cuentos para niños –sólo se las podía mencionar con el tono risueño y condescendiente con que se recuerda uno a sí mismo en la edad de la inocencia.
De pronto, habíamos crecido –una extraña madurez, que nos exigía ser perpetuamente jóvenes. Habíamos acabado con las ficciones para siempre. Estábamos en la era del presente eterno y el absoluto yo –de las sensaciones, percepciones, íntimas inquietudes. Lo que puedo ver, tocar, sentir. Una crónica de yo- sobre-mí-en-lo-que-respecta–a-cuanto-me-abarca.
Como la luz, el gas, el aire y el agua, la narración se había privatizado. El guión había desaparecido: éramos actores librados a la improvisación. La desaparición del autor –Dios, Historia o Ideología— nos había dejado completamente solos.
Esta orfandad nos ha convertidos a todos en escritores. Ahora, cada quien debe fabricarse su propio libreto (o, en todo caso, creer que lo hace. La realidad, antes o ahora, era y es otra cosa).
El sentido de la existencia, entonces, ya no se encuentra en los grandes tomos de la filosofía y la ciencia –tal vez porque ya no hay grandes sentidos. La pequeña verdad de nuestras vidas contemporáneas había que buscarla en la literatura de ficción, porque esta era y es la tarea constante de estos días: inventarnos la ficción individual en que vivimos.
Creo que este ha sido y es el gran tema de mi generación, el tema de una crisis colectiva pero sobre todo nuestra: la crisis narrativa. Hemos visto el abrupto final de una historia –es más: su virtual borrado, el esfuerzo colectivo de amnesia, el olvido deliberado de que alguna vez existió—y el brotar de otras nuevas, con su pretensión de inocencia, juventud, frescura, espontaneidad. Es como asistir al sucederse de las obras de teatro entre bambalinas, como presenciar  espectáculos de magia con los artilugios mecánicos a la vista. Los que nos siguen podrán disfrutar del espectáculo, gozar de su alegada ignorancia. Nosotros estamos arruinados.
Para entenderlo, también yo me dediqué a la ficción. Comencé por el principio. Si nuestra generación está  perdida, ¿qué pasó con las precedentes? ¿Qué, específicamente,  con esos hombres y mujeres que sellaron sus destinos, quemaron sus almas en nombre de una presunción que, de un día para el otro, fue sencillamente archivada como un error?
“Yo maté por un pronóstico y ahora me dicen que lloverá”, protesta el narrador de mi primera novela, “La Fe de los Traidores”, un ex guerrillero encerrado voluntariamente en una isla que es también la de su derrota –o la de su imposible supervivencia en una época ajena en todo posible sentido. En ella intenta, en vano, escribir en una novela digna del siglo XIX la historia que lo ha llevado hasta allí. Es un relato que por momentos se desborda en personajes y asuntos, e inevitablemente se interrumpe una y otra vez (¿cómo establecer un continuo, cómo tender una línea entre el pasado y el presente sin una idea de futuro?), en la que un italiano viaja en barco de inmigrantes a fundar el Partido Comunista en América por encargo de Lenin –y en ese último día de navegación antes de llegar al Nuevo Mundo se define su vida y acaso la de todos, entre la enfermedad agónica de su hijo, los recuerdos de la revolución que quizás ya fracasó, unos secretos a punto de ser develados y el microcosmos de una Europa que llega por mar a legarnos sus traumas.
El personaje ya no puede escapar de su encierro porque no hay forma de que su pasado terrible se justifique en este presente, que su vida aún tenga algún sentido en este mundo que ya no es suyo.
Pero ¿y los vencedores? ¿No era éste el mundo por el que habían estado dispuestos a todo?
Esta es la pregunta que me llevó a una segunda novela, en la que un capitán de la Marina reconstruye la historia (argentina) que lo ha convertido en un muy especial tipo de monstruo: un monstruo consciente de serlo, de haberse quemado en el fuego, para siempre, en nombre de una idea del deber o del país. Aún vencedor, era otra extraviada criatura de la Guerra Fría, uno de los tantos hombres seducidos y abandonados por la Historia.
Tuve que imaginarlo, porque jamás lo encontré. Padecí mi adolescencia bajo la dictadura militar; vi a mi madre conducida a un interrogatorio en un anónimo Falcon verde. Busqué respuestas. Fui periodista durante casi tres décadas. Entrevisté a militares y policías, torturadores y cómplices, víctimas y testigos para entender quiénes eran esos hombres que entraron en mi casa y que podrían haber acabado con mi vida o la de mi familia. Pero nunca logré encontrar a aquel que pudiera revisar o simplemente contar cuanto había hecho y vivido sin una hipócrita o embrutecida reivindicación. Contaba con la reivindicación, claro –el arrepentimiento está muy lejos aún, quizás en ese punto del espacio y el tiempo en que las paralelas se juntan–,  pero esperaba dar con alguien que, sin renegar de los motivos o, incluso, de los resultados, pudiera ver el tamaño de cuanto había hecho sin mentirse.
No lo encontré porque quizás no existía. En secreto, sin embargo, pensaba en alguien: en un hombre atroz y real del que había oído por demás.
Y no era el único que pensaba en él.
¿Qué volvió especialmente notorio al (ex) capitán Alfredo Astiz?  No era más cruel que otros y sólo tenía un rango menor en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), ese centro de cautiverio, tortura y exterminio en el que encontraron su muerte miles de personas. Hubo algunos motivos.
Astiz fue el primer “represor”, como se lo llamaría luego, con que los familiares de las víctimas trataron en forma directa. Obligando a una prisionera a pasar por su hermana, logró ser aceptado en las primeras reuniones de familiares que buscaban saber qué había sido de los secuestrados por la dictadura militar. Las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo,  Azucena Villaflor de VicentiEsther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco , las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, y los activistas Ángela Auad, Remo Berardo, Horacio Elbert, José Julio Fondevilla, Eduardo Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo fueron secuestrados y asesinados, tras ser señalados por el infiltrado Astiz. Poco después, su foto circulaba en el exterior como uno de los agentes secretos de la dictadura. En tiempos en que hasta algunos diarios y revistas negaban la existencia de los campos o de los “desaparecidos”, como los consideraba el gobierno, ese joven cuyo nombre verdadero aún desconocían fue el primer rostro claro, la primera encarnación viva de esa muerta oscuridad que había engullido a tantos.
Ya en democracia, Astiz, identificado con nombre y rango, fue acusado de causar la muerte de víctimas “inocentes”—como la sueca Dagmar Hagelin, a quien confundió con una militante montonera, o las monjas francesas. Era un tiempo en que ni los sobreviviente ni los familiares osaban referirse abiertamente a las eventuales vinculaciones de los “desaparecidos” con los grupos guerrilleros, razón alegada por los militares para justificar sus crímenes y aceptada parcialmente por el gobierno radical con su teoría de que al “demonio” de la lucha armada se le había opuesto el “demonio” del terror estatal. Para el criterio de la época, esos crímenes de Astiz parecían más “inexcusable” que otros por cuanto no habían tenido por víctimas a militantes armados.
Pese a esto, fue uno de los primeros beneficiados por la ley de obediencia debida impulsada por el gobierno radical, que absolvió a los oficiales de rango inferior, y la ley de punto final, que puso un plazo límite para acabar con las investigaciones. Así pasó de símbolo del horror “sin atenuantes” a símbolo de su impunidad. Y a esto contribuyó el tesón con que la Armada lo protegió hasta casi el fin de los ’90, cuando ya había sido indultado por el presidente Carlos Menem, junto con todos los demás. Aún recuerdo al miembro del Estado Mayor de la fuerza que, en esos años, me expicó que Astiz era  “un buen tipo” y que si lo defendían era porque “no hizo nada”.
Convertido así en emblema, Astiz fue acosado en público de un modo que otros oficiales no. A menudo terminaba a golpes en restaurantes y discotecas en los que era reconocido.
Pero hay otros motivos por los que persistía en el recuerdo y la imaginación de muchos. La ESMA no fue sólo una de las decenas de bases clandestinas de la contrainsurgencia, sino también uno de esos atroces laboratorios de la condición humana de los que hablaba Primo Levi al referirse a los Lager nazis.
En parte por la perversa (el adjetivo es preciso aquí) imaginación política y personal del jefe de la Armada, comandante Emilio Massera, que quería reconvertir mediante la tortura y el miedo –como en 1984 de Orwell—a montoneros en colaboradores de sus proyectos (aunque un testimonio sugirió que la idea fue de un oficial de la Esma ), en parte (según se tornó evidente) por inclinación de los propios ejecutores de sus designios, en la Escuela se produjo una experiencia única, un contacto entre victimarios y víctimas sin igual en el aparato de terror del Estado militar. En un sistema que suponía la condena a muerte de todos, los oficiales de la ESMA elegían a qué prisioneros (sólo un puñado) salvar. La elección no respondía sólo, como indicaba la teoría, a las posibilidades de “recuperación” de los cautivos. No era sólo la delación o, incluso, el cambio de bando, lo que preservaba de la muerte, sino la compleja construcción de relaciones personales entre prisioneros y guardias.
Una de las sobrevivientes declaró: nosotros sufríamos de Síndrome de Estocolmo, pero ellos también. Probablemente esto no alcanza siquiera a describir lo que ocurrió. Las detenidas eran llevadas a cenar; se formaron parejas mixtas que subsistieron al fin del campo; hubo discusiones políticas; los marinos se hacían confesiones personales — si obligaban a los prisioneros a hablar en el cuarto de torturas, fuera de éste los obligaban a escuchar. La tormentosa fascinación que los cautivos provocaban en sus captores  quedó mejor cristalizada en la exclamación furiosa del capitán Jorge “Tigre” Acosta, jefe operativo de la ESMA y personaje digno de Auschwitz o Treblinka: “¡Ustedes saben que nuestras relaciones con las mujeres, desde que las conocimos a ustedes, están prácticamente destruidas!”.
En ese micromundo al que cada quién había llegado con la identidad que la Gran Narración colectiva le había otorgado y ahora se encontraba en la situación de extrema realidad (o irrealidad) que obligaba a preguntarse de nuevo quién era, Astiz se destacaba –al menos para algunos—como aquel que trataba de mantener, hasta el final, la coherencia con su personaje original, el de combatiente anticomunista que seguía un particular código de honor.
“Era una especie de enemigo digno para nosotros  –contó la prisionera Miriam Lewin–. No era corrupto. No violó. Peleaba contra la subversión y el comunismo, no trataba de hacerse rico. Su visión del mundo era la de un Neanderthal, pero estaba convencido de lo que estaba haciendo. Estaba ahí para ‘salvar’ a su país”. Cuando Lewin fue liberada –aunque mantenida bajo vigilancia en el país–, Astiz la llevó a cenar para despedirse (se iba a Sudáfrica) y le dejó el teléfono de su casa familiar por si necesitaba algo. La consideraba “recuperada”.
“Era un pequeño señor marinero, un gentleman inglés –lo definió otra prisionera, Elisa Tokar–. Era muy superior con sus subordinados y muy respetuoso de sus superiores. Y solía decir ‘usted’ cuando hablaba con los prisioneros más viejos”. Tokar llegó a lamentar que Astiz hubiera sido convertido en símbolo de la ESMA. “Preferiría que hubiese sido Acosta”.
Años más tarde, una sobreviviente consideró que todos los marinos buscaban forma de exculparse y que los gestos caballerescos eran la de Astiz. Tal vez. Tal vez  a algunos jóvenes  la idea de un “enemigo digno” servía para salvar algo de la propia dignidad que la tortura y la anulación psicológica pisoteaban día tras día. Pero había algo había más en la atracción que ejercía Astiz. Tal vez él se sentía compelido a seducir: había dejado a su novia con el argumento de que seguro iban a matarlo y en años posteriores, cuando su nombre era una condena, atajaba a otras mujeres ilusionadas con retenerlos: era imposible que les hiciera eso; era un hombre marcado y debía morir solo. En cambio, buscaba chicas en las discotecas. Volvía antes de sus vacaciones para hablar con los prisioneros de la ESMA: le gustaba tener un público que lo escuchara.
Pero, impostura o no, engaño o autoengaño, ése fue el personaje con que atravesó una de las experiencias más extremas de la Historia argentina: como un juramentado caballero medieval que despedaza a sus enemigos en nombre de Dios y Occidente. En términos más mundanos, era un simpatizante de Margaret Thatcher que odiaba el populismo, escuchaba música clásica y hablaba en correcto inglés; un ex rugbier, rubio y apuesto, que iba a los museos de París, apreciaba a Van Gogh y los móviles de Calder, mientras servía a un régimen que había prohibido la matemática moderna.
Era, en suma, tan cercano en términos de cultura y de clase a sus víctimas como para ser admitido entre las familiares de éstas como uno más –el “muchachito rubio” por cuya suerte la monja Alice Domon preguntó hasta al fin de sus días en la ESMA.
Han pasado 35 años, las denuncias y juicios originales, la impunidad, los nuevos juicios. Astiz ha vuelto a prisión y a ser enjuiciado: por las circunstancias del país y su edad, parece que será definitivo. Yo esperaba, entonces, como una revelación, que hablara por fin: que diera su versión, sabiendo que las mentiras ya no importan. Como él mismo dice, “las condenas ya están escritas”. Ahora, lejos de la dictadura, la guerra fría, al cabo de una vida, ¿qué relato hacía, se hacía? ¿Qué idea de sí mismo queda a un hombre que decía combatir por la patria y la historia cuando esa idea de la patria y la historia han desaparecido?
Y no era yo el único que esperaba. Aunque quince acusados se dirigieron al tribunal –uno prefirió el silencio–, sólo la filmación del discurso de Astiz fue difundida por el Centro de Información Judicial: cuatro grabaciones en las que el acusado lee un discurso de más de dos horas sin interrupciones.
En esas imágenes, el “muchachito rubio” ya no está. Hay otro, aunque no tan distinto. Pese a los años, el cáncer, el aislamiento social y la prisión, todavía conserva algo de ese aire inglés que impactaba a algunos de sus cautivos. También está, todavía, esa mal equipada pretensión intelectual  de la que habló alguna vez otro sobreviviente, Martín Gras, quien recordaba a Astiz perorando sobre la situación política de Yemen –algo que sin duda iba más allá de la cultura de la mayoría de los marinos– pero señalando el país equivocado en el mapa. Como aquí: las erratas en su discurso leído, esas patéticas “láminas” que guían la exposición, los pastiches lógicos e ideológicos, los grandes principios seguidos de chicanas y ejemplos contradictorios.
Detrás de todo ello aún se siente, intacta, la misma ilusión sobre sí mismo, sobre su papel, sobre lo que hizo –el personaje sigue vivo. Mantenerlo en el vacío actual debe costarle todas sus fuerzas; exige una dedicación completa, extenuante, obsesiva. Comienza con los detalles, el lenguaje: no admite que lo llamen “represor” (aunque, aclara, el término no tiene nada de malo en sí) y reclama, en cambio, el de “combatiente”.
En esta sustitución uno ya ve el germen de todas las demás: engañar a un grupo de familiares desesperados es una tarea de infiltración de peligrosos grupos terroristas; disparar a la espalda de una joven que huye, un combate en las calles; el secuestro, la tortura, el exterminio con toda la fuerza de un Estado es la guerra.  Se comienza sustituyendo una palabra y se acaba por sustituir la realidad.
Lo más burdo de esta ficción –que nada ocurrió, que no hizo nada, salvo “derrotar al terrorismo”—sólo puede deberse a la esperanza de que habrá algún recurso futuro. Buena parte de la estrategia de los acusados consistió en demorar el juicio de la ESMA cuanto fuera posible, en la suposición de que, si los Kirchner dejaban el gobierno –lució posible varias veces en estos últimos cuatro años–, los juicios que impulsaron y defendieron desaparecerían con ellos. Al gobierno y a los “grupos de persecución y venganza” atribuían todos sus males. En el cripto-lenguaje de Astiz: “Las secuelas de esa guerra se encontraban razonablemente superadas y fueron artificialmente reavivadas por las perversas y espurias necesidades políticas de un nuevo gobierno así como por los intereses de grupos fundamentalistas”. ¿No estaban, acaso, todos ellos indultados y a salvo en el país –ya que no en el exterior, donde Francia, Italia y España habían iniciado sus propios juicios en nombre de sus ciudadanos desaparecidos en la Argentina?
En cualquier caso, para sostenerlo, Astiz apela a lo que los negadores del Holocausto: la gran conspiración mundial. Así, los juicios son producto del  deseo de venganza de los vencidos, que no soportan la derrota; las asociaciones de derechos humanos no son grupos de familiares y abogados, sino de “persecución y venganza”; las decenas de testigos han sido “entrenados” para repetir un mismo relato mentiroso; jueces y fiscales sirven al gobierno de los Kirchner, que cambió la Corte y anuló las leyes por “necesidades políticas”; y todos ellos sirven a las “potencias colonialistas”, que sostienen una “justicia universal” que sólo se aplica “a las naciones inferiores”.
Sí: las “potencias colonialistas” están detrás de todo ello. Nada queda de la vieja, sólida, impermeable ideología anticomunista en nombre de la cual, en esta lejana trinchera del extremo sur, se defendía a un Occidente que ahora se ha vuelto no sólo parte, sino verdadero poder detrás del “enemigo”  (Y aquí, Astiz arranca una página de Frantz Fanon, que sólo puede haber leído por interés en la ideología del “enemigo” –alguna vez se lo vio salir de la exhibición de una película sobre Rosa Luxemburgo– y que vuelve extrañamente suya):
Esta política colonial se disfraza bajo la capciosa y rimbombante denominación de un eufemismo, justicia universal. No se debe pasar por alto, además, que muchas de esas potencias tienen en su historia negros pasados colonialistas con crímenes muchos más graves que los que tienen la soberbia de endilgarnos falsamente y que demandan que apliquemos en nuestro país recetas que ellos nunca se hubieran atrevido a aplicar en el suyo.
Lo habitual es que los políticos, juristas y representantes de países que tienen sus fortunas obtenidas por el colonialismo y aún más antiguamente por el esclavismo critiquen a nuestro país, para tratar de que tengamos un sentimiento de inferioridad y subordinación, funcional a las políticas de dominación, sobre todo económicas, de esas naciones. Todas esas potencias coloniales han volcado buena parte de su intelectualidad para justificar su derecho a imponernos su justicia, por considerarnos países inferiores, llegando al atrevimiento de pedir extradiciones por hechos supuestamente ocurridos en nuestro país y hacer juicios en ausencia.
(Por si la referencia no fuera obvia, menciona las denuncias argelinas contra los crímenes del colonialismo francés, olvidando no sólo que esos crímenes eran uno de los modelos tomados por sus superiores para diseñar su propia “lucha antisubversiva”, sino también sus viejas ideas –que gustaba de exponer a su público cautivo en la ESMA– de que los negros y África eran inferiores)
Es el gran vacío de estos tiempos.
Hasta convoca en su defensa al “presidente constitucional Perón”. ..
Ya no hay conexión con el pasado: la realidad se ha reducido a este disminuido presente. En el lugar de la ideología perdida queda una primaria división entre dos bandos, ellos y nosotros, que no es otra que la que existe en la sala del tribunal. En la bandeja superior, los familiares y amigos de los acusados silban, cada tanto, a los testigos, las querellas o el fiscal; en el piso inferior, detrás de un vidrio, los familiares y víctimas aguardan el demorado día de justicia.
Ese es su mundo ahora, ese es el mundo todo.
Nuestros amigos y familiares son gente feliz, que educa a sus hijos para vivir pensando en el futuro, sin resentimientos, aún a pesar del hostigamiento y la privación ilegítima de la libertad que estamos sobrellevando. Por el contrario, cuando uno ve a las ilegítimas querellas y a sus allegados, situados detrás del cristal, uno ve rostros crispados, amargos y vengativos. En definitiva, son pobres personas, mayormente infelices.
Ya no hay divisiones de clase, raza o ideologías; ya no hay geopolítica, sólo psicología. Pero, como en el pasado, aún quiere que los otros desaparezcan:
Creo que prefiero estar privado ilegítimamente de la libertad en el penal de Marcos Paz, acompañado de dignos camaradas, y no en lugares como este, que lamentablemente tengo que compartir con personas hipócritas, cobardes y vengativas.
Pero es él quien suena resentido: no deja de quejarse de todas las injurias, del lenguaje “soez y vulgar” del fiscal, de la humillación de que lo ingresen a la sala o lo expongan a los fotógrafos, de las pocas horas de sueño, el frío, la humedad y  la “maratón judicial” para acabar el proceso antes de las elecciones presidenciales.
El cruzado se vuelve mártir; proclama que ha vuelto a sentirse “un militar en actividad” (¿otro “combate”?), que se complace en “las persecuciones y las injurias”; que ya no busca un sobreseimiento o un indulto; que están allí para que los atormenten hasta matarlos.
Y tal vez, de un modo oscuro, tiene razón.
Más allá de la teatralidad política de su presentación, hay en él un auténtico disgusto.  Su co-imputado, el ex capitán Juan Carlos Rolón, lo explicó: los sobrevivientes que testificaron en su contra son “traidores”, porque antes colaboraron con la Armada y ahora con los juicios. Rolón, que en los ‘90 llegó a defender en una audiencia en el Senado la validez de su ascenso de grado que el gobierno de Carlos Menem  insistía en promover, había temido antes que nadie este final. Como testigo, Martin Gras recordó:
En el año 1978, cuando estaba a punto de salir hacia Bolivia, un oficial entró a verme en mi celda. Traía en la mano un diario. En la tapa había una foto muy impresionante. En ese momento se estaba cayendo el gobierno del Sha, en Irán, y era una foto en la cual un oficial de la policía está tratando de defenderse mientras la gente le arranca el uniforme.
El oficial me preguntó si yo pensaba que eso podía ocurrir en Argentina. Yo le dije que no lo sabía porque esos son avatares históricos en cuanto a cómo sucede. Pero que si la pregunta era más general, no si lo iban a atacar en la calle por usar uniforme, sino si en algún momento iba a tener que rendir algún tipo de cuentas por lo que había hecho, yo pensaba que sí. Entonces él me preguntó si yo pensaba en algo parecido al juicio de Nüremberg. Le repetí lo mismo: Nüremberg, etc., son avatares históricos; yo no sé qué forma va a tener pero sí que va a haber una rendición de cuentas.
‘Pero si hubiera un juicio, ¿vos testimoniarías?’, me preguntó.
Le dije que sí. No por un excesivo valor de mi parte, sino porque era un oficial inteligente, me conocía y si le decía que no, no me iba a creer.
‘¿Y vos dirías que yo te torturo?’, insistió. ‘Usted tortura’, le dije.
‘Pero vos sabés que a mí no me gusta torturar’.
‘Es cierto’.
‘Sabes que cuando estoy de oficial de inteligencia de turno, muchas veces me encierro en el camarote; apago la luz, cierro la puerta y no contesto las llamadas para no tener que torturar’.
‘Es cierto, pero también es cierto que a veces te han encontrado y a veces has torturado’.
‘¿Pero vos dirías eso, que a mí no me gusta torturar?’.
‘Sí, lo diría, pero también diría que llegado el caso torturaste’.

‘Bueno, me parece bien porque entonces dirías la verdad’
Quiero decirle al oficial con el que tuve ese diálogo que está presente en la sala, que he cumplido escrupulosamente con el compromiso que asumí con él en el año 1978.
Gras miró a Rolón a la cara, pero éste bajó los ojos.
También Astiz se sintió traicionado cuando alguien testificó contra él en el pasado. Silvia Labayru fue secuestrada y torturada a los 20 años, con cinco meses de embarazo. Astiz, que la obligó a pasar por su hermana menor cuando se infiltró en el grupo inicial de las Madres de Plaza de Mayo, aparentemente se enamoró de ella. Registró a su hija, cuando nació, como propia con un nombre falso; le indicó que no pidiera el “traslado” (código para ser asesinado) en la Esma; y la acompañó hasta el aeropuerto cuando los marinos decidieron liberarla y exiliarla en España. En 1984, Labayrú relató a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) la historia de la infiltración y el papel de Astiz.
Sin duda, Astiz  estaba seguro de haberse comportado como un caballero; sus amigos relataron luego que se sintió traicionado por esa declaración. En ese rencor y en el actual subyace, claro, el básico rencor del prisionero, pero también una desilusión, el duelo de aquellos días, de aquella conexión única; y acaso algo más.
En “Into that Darkness”, Ghitta Sereny reconstruye la historia de Franz Stangl, comandante del campo de exterminio de Treblinka. La tarea del campo era simple: cientos de miles de hombres, mujeres y niños desembarcaban de trenes atestados, eran puestos en fila y conducidos sin más ceremonia a la muerte. Stangl dirigió esa auténtica factoría de la muerte hasta su cierre; luego, se mudó con su familia a Brasil, donde fue detenido después de muchos años, enjuiciado y encarcelado. Sereny lo entrevistó en prisión. Allí le insistió en que sí había tenido contacto con los “judíos de trabajo” (los poquísimos hombres y mujeres preservados de la muerte para realizar tareas esenciales en el campo).
Sabe, relaciones realmente amistosas. Usted me preguntó, hace un rato, si había algo que disfrutara. Más allá de mi tarea específica, eso es lo que disfrutaba: las relaciones humanas. Especialmente con gente como Singer y Blau. Ambos eran vieneses: yo siempre traté de dar tantos empleos como fuera posible a los judíos vieneses. Despertó muchos comentarios entonces, lo sé. Pero, después de todo, yo era austríaco… A Singer lo había hecho jefe del Totenjuden; lo vi mucho. Creo que era dentista en Viena. O quizás ingeniero. Lo mataron durante la rebelión (en el campo) [Sereny aclara que Singer era alemán, no vienés, y un hombre de negocios] Con Blau hablaba más; él y su mujer. No, no sé cuál era su profesión; negocios, creo. Lo hice cocinero en el campo inferior. Él sabía que lo ayudaría toda vez que pudiera.
Hubo un día en que golpeó a la puerta de mi oficina a mitad de la mañana y se quedó en posición de firmes y pidió permiso para hablarme. Parecía muy preocupado.  Yo dije: ‘Por supuesto, Blau, entre. ¿Qué le está preocupando?’ Dijo que su padre de ochenta años había llegado en el transporte de esa mañana. Había algo que yo pudiera hacer. Dije: ‘En verdad, Blau, usted debe entender, es imposible. Un hombre de ochenta…’ Dijo rápidamente que sí, entendía, por supuesto. Pero podía pedirme permiso para llevar a su padre al Lazarett [Un falso hospital de campaña en que se mataba a enfermos e inválidos de un disparo]  en lugar de a las cámaras de gas. Y podía llevar primero a su padre a la cocina y darle de comer. Dije: ‘Vaya y haga lo que considere mejor, Blau. Oficialmente, no sé nada, pero extraoficialmente puede decirle al Kapo que yo dije que estaba bien’. Por la tarde, cuando volví a mi oficina, estaba esperándome. Tenía lágrimas en los ojos. Se puso en posición de firmes y dijo: ‘Herr Hauptsturmführer, quiero agradecerle. Le dí una comida a mi padre. Y acabo de llevarlo al Lazarett –ya está. Muchas gracias”. Dije: ‘Bueno, Blau, no hay nada que agradecer, pero, por supuesto, si usted quiere agradecerme, puede’.
Tras escuchar esta historia, Sereny tuvo que marcharse durante dos horas hasta recuperarse de lo que sintió como “el más nítido ejemplo de una personalidad corrompida”; pensó incluso en cancelar todo el proyecto. Pero luego comprendió que a “un hombre cuya visión estaba tan distorsionada” y que “pudiera contar esa historia de ese modo no se podían aplicar los relativamente sencillos términos de ‘culpa’ o ‘inocencia’, ‘bueno’ o ‘malo’”.
Sereny había convivido con el nazismo en Europa, había ayudado a hijos de refugiados en Francia y tuvo que huir durante la ocupación. Más tarde, cuando comenzaron los juicios a los criminales nazis, dedicó enormes esfuerzos para hablar con ellos y entender cómo habían sido capaces de hacer lo que habían hecho, y en qué los había convertido. Llegó a la conclusión de que
Hay un mal definido y poco entendido núcleo esencial en nuestro ser que, dada la libertad (de expandirse), sale a la luz, casi como en un  nacimiento, y que nos separa o incluso libera de influencias intrínsecas, y en consecuencia determina nuestra conducta moral y desarrollo. Un monstruo moral, creo, no nace, sino que es producido por una interferencia en ese desarrollo. No sé qué es ese núcleo: mente, espíritu o quizás una fuerza moral todavía innominada.
Stangl sólo había aceptado hablar con ella una vez que fue claro que no saldría de la cárcel. Y aunque mentía u ocultaba, pensó ella, si había comenzado a hablar, terminaría por tropezar con la verdad.
Toda esperanza de los acusados de la ESMA se extinguió tras las primarias de agosto, en las que Cristina Kirchner obtuvo el 50 por ciento de la votación. Con resentimiento, otro acusado, el ex capitán de fragata Adolfo Donda Tigel,  pidió una semana atrás que las “condenas se den después de la elección general, aunque sea una hora después” (se comunicó hoy, tres días después de la victoria de Cristina Kirchner en las elecciones presidenciales del 23 de octubre de 2011).
Astiz parece dirigirse sólo a la platea de arriba al soñar con un futuro de reparación: “¿Quién puede asegurar que muchos de los presentes en esta sala [Se refiere a fiscales, querellas y jueces] no van a ser juzgados por delitos de lesa humanidad?”. Imagina que “cuando vuelvan las instituciones republicanas, les va a ser imposible sostener la legalidad de estas parodias” y que se llegará a “declarar la ilegalidad de todos estos falsos juicios”. En ese porvenir venturoso, la ESMA volverá a su “función original” (desvirtuada hoy que ha sido puesta en manos de los organismos defensores de los derechos humanos).
¿Lo sostienen esas fantasías?¿O las regala a ese pequeño círculo de fieles? ¿Expresan, quizás, la esperanza de todos ellos a lo largo del juicio: que cuando se acabe el régimen de los Kirchner volverá la impunidad? El triste récord de los anteriores gobiernos democráticos, su cobardía o complicidad lo convalidan. Pero pronunció estas palabras días antes de la reelección ya anunciada de Cristina Kirchner. ¿La fantasía es, entonces, su opción final: la que lo sostendrá en el encierro y la vejez? ¿O traerán las condenas algo de realidad?
En 1998, cuando gozaba del indulto pero la Armada ya no lo protegía –había sido destituido y le hacían juicio por unas supuestas declaraciones a la prensa–, admitió que hubo detenidos en la ESMA, pero aclaró que él era sólo un “empleado administrativo” de baja graduación. Por un momento, había descubierto que estaba realmente por las suyas, sin los “camaradas” (que por entonces gozaban de libertad y empleos, y no se preocupaban por él).
Pero el penal de Marcos Paz es, ahora, una microsociedad en la que los autores de crímenes terribles se prestan apoyo mutuo y reciben el de sus familiares; es el mundo paralelo en que mantienen viva una ficción sobre sí mismos, cada día más distorsionada y difícil, para sobrevivir.
¿Podrá Astiz ver algún día? ¿O sufrirá a ciegas el tormento, no de la celda o la humedad, sino el auténtico tormento de esa culpa silenciada?
Carlos Lordkipanidse, sobreviviente de la ESMA, recordó que mientras lo torturaban tomaron a su hijo recién nacido y amenazaron con reventarle la cabeza contra la pared o el piso si no revelaba lo que le pedían. “Como me negué, a instancias del Capitán Acosta, lo ponen a Rodolfo encima mío, en el catre metálico en el que estaba atado, y me empiezan a pasar la picana eléctrica mientras sonaba a todo volumen ‘Chiquitita’ de Abba entre los gritos y aullidos de Astiz, Febres, Federico, Manuel y algunos más que se me olvidan. Estaban en el éxtasis del salvajismo humano. Estaban torturando a un bebé. Habían alcanzado el escalón más alto de su propia degradación, pensé”.
Al final, Sereny consiguió que Stangl viera. Todavía negaba haber hecho algo malo personalmente; volvió a negar y negar, pero acabó por tambalear, se aferró a la mesa con ambas manos y exclamó: “Pero yo estaba allí. Así que sí… Porque mi culpa… mi culpa… sólo ahora, en estas charlas… ahora que he hablado de todo esto por primera vez… “. Después de una pausa, de más de un minuto, lo dijo:
“Mi culpa es que todavía estoy aquí. Esa es mi culpa”.
“¿Todavía aquí?”, preguntó Sereny.
“Debería haber muerto. Esa fue mi culpa”.
Y horas más tarde,  murió en su celda de un fulminante ataque al corazón.
 
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26/10/11 - 22:17
El ex marino fue sentenciado por delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA. Ya tenía condenas similares en Francia e Italia. También recibieron la misma pena los represores Jorge "Tigre" Acosta y Antonio Pernías, entre otros.
 

9 de octubre de 2011

Nous.

Nous
(1) (filosofía) Término empleado para hacer referencia a la facultad de la mente humana necesaria para comprender lo que es verdadero o real, cercano en significación a intuición.
(2) (filosofía) Forma de percepción que opera en la mente, en contraposición a las formas de percepción que operan a través de los sentidos.
(3) (Griego) Intelecto, Inteligencia.
(4) (Frances) Artículo, primera persona del plural: nosotros

Cayó la gota al agua. Provocó una onda en el charco que se expande en todas direcciones. En el encuentro de la gota de agua con el charco de agua, en su proceso de disolución o integración del agua con el agua,  dejó una marca de movimiento que se propagó hasta el borde mismo del objeto, el charco. Por lo menos hasta donde lo capté yo a través de mis sentidos, pues no puedo afirmar que la onda murió en ese borde y no continuó transmitiéndose por el suelo alrededor del charco, y el campo alrededor del suelo, y la tierra alrededor de...



Cayó y en el impacto se levantó otra gota (¿otra? ¿una? ¿la?). Esa gota duró, en el aire, una fracción muy pequeña de tiempo. En esa gota, en esa fracción de tiempo, alcancé a ver el reflejo del cielo, y una nube, y el sol.

Tal vez si hubiera durado un poco mas, si yo hubiera movido mi cabeza, mi posición, acomodado mi perspectiva, hubiera podido ver el campo, el charco, el árbol. Tal vez podría haber visto mi cara, tal vez me hubiera visto a mi. Tal vez no era una gota sino el aleph de Borges.

Tal vez si le sacaba una foto, podría haberla agrandado y visto todas las nubes del cielo, y todo el cielo, porque el reflejo de todo el cielo estuvo en esa gota, no hay duda de eso. Y en el cielo esta todo, la nube, el sol, los planetas, las galaxias. en esa gota se reflejó todo el universo. El limite estaba sólo en mi capacidad de observador. Y mi limitada capacidad de observador también se manifiesta en no poder ver como también , el cielo, las nubes, el campo, y el árbol, se refllejan, (estan contenidos en, se expresan en) en el propio  cielo, las nubes, el campo, y el árbol. Y en mí. Tautológicamente, el universo expresado en el universo. Una parte expresando el todo. El todo expresado en la parte. El Spermata de Anaxágoras.

Una proposición ilusoria, tan simple que casi carece de significado, pues es parte de una tautología aun mayor, mas simple, mas absurda, mas total.

La ilusión de la parte, una mera construcción mental. La  mente, siplificadora ella,  en el doble y tonto juego contradictorio de discretizar lo que es contínuo a través del concepto, de la impresión, del fenómeno. Y por otro lado dando la ilusión de continuidad a la experiencia, al fenómeno, que es intrínsecamente discreto. ¿El fenómeno es cuántico, pero la realidad es contínua?. jaja.

Ahí la gran tautología: adiós Anaxágoras, hola Anaximandro, como te va Heráclito: el todo se expresa compeltamente en cada parte, o sea en todo.  El todo se expresa en el todo, ¿pues todo es uno?. Ápeiron. El logos de Heráclito. "No a mí, sino habiendo escuchado al logos, es sabio decir junto a él que todo es uno."

Esta es pués, la gran revelación, una proposición analítica, a priori, una verdad en si misma que no dice nada acerca de nada mas, que no es verificable ni falseable, una mera tautología. Una frase sin fines prácticos. completamente inútil.

¡El todo se expresa en todo!
(y el tonto se expresa en el blog)

30 de agosto de 2011

Apuntes de lectura: I.K. CRP - Introduccion

Kritik der reinen Vernunft

INTRODUCCION

I De la distincion del conocimiento puro del empirico
 Los objetos exitan nuestros sentidos, producen representaciones, e impulsan a nuestra inteligencia a compararlas, enlazarlas o separarlas y asi componer la materia informe de las impresiones sensibles que forma ese conocimiento de las cosas que se llama experiencia.
Todos nuestros conocimientos comienzan de la experiencia. Pero no todos proceden de ella.
¿Hay algun conocimiento independiente de la experiencia y también de toda impresión sensible? Llámese este A PRIORI, y distíngase del empírico, que éste posee sus fuentes en la expriencia, por lo tanto es A POSTERIORI. Distingamos en los a priori, los puros, que son aquellos que carecen absolutamente de empirismo. Ej: "todo cambio tiene una casua" es a priori, pero no puro, porque el concepto de cambio solo puede formarse con la experiencia.

II
La experiencia nos muestra que una cosa es de tal o cual manera, pero no nos dice que pueda ser de otro modo.
Una proposición pensada con caracter de necesidad, es un juicio a priori.
La experiencia nunca proporciona juicios universales, es decir sin excepciones, sino con unageneralidadmsupuesta y comparativa (induccion). No es mas que una extensión arbitraria del valor. La universalidad y la necesidad son caractyeres evidentes del conocimiento a priori. Ej: las proposiciones matematicas. También se manifiesta la presencia de juicios a priori puros en nuestro conocimiento por su misma necesidad para posibilitar la experiencia. ¿de dónde sino tomaría la experiencia su certidumbre si todas las reglas que empleara fueran siempre empíricas y contingentes? (NdR: revisar, transitar hipotesis de recurrencia empírica, la necesidad como corolario de una cuestion reductible a lo cognitivo)
-Quitad del concepto experimental de un cuerpo todo lo que tiene de empirico; color, dureza, pesadez, permeabilidad, etc: siempre queda el espacio que ocupa el cuerpo (el cual hemos desaparecido) y no se puede destruir. Seria entonces el concepto de espacio, a priori, se impone en nuestra facultad de conocer.

III
Ciertos conocimientos por medio de conceptos, cuyos objetos no pueden ser dados por medio de la experiencia, se emancipan de ésta y extienen el círculo de nuestros juicios mas allá de sus límites. Temas de la razón pura: Dios, Libertad, Inmortalidad. Objetos de la metafísica.

IV Juicios analíticos y sintéticos (JA JS)

Analizando una propisicion en torno a la relacion de un sujeto a un predicado:
JA El predicado pertenece al sujeto como algo contenido en él (tácito)
JS El predicado es completamente extraño al sujeto.

JA El enlace se concibe por identidad. Intensivos. No añaden nada, sólo descomponen al sujeto en conceptos parciales comprendidos y concebidos (tacitamente) en el mismo.
JS Opuesto. Extensivo.Añaden al sujeto un predicado que no era pensado en aquel, algo que le extraño y no se puede obtener por ninguna descomposicion.

JA "Todos los cuerpos son extensos"
JS "Todos los cuerpos son pesados"

Los juicios de la experiencia son todos sinteticos. La experiencia es un enlace sintético de intuiciones.

V Las ciencias contienen como principios, juicios sintéticos a priori
Los juicios matemáticos son todos a priori. Y son todos sintéticos (NdR por lo menos los aritméticos)
La física contiene en sus principios JS a priori.
Debe haber JS a priori en la metfísica....

VI Problema de la Razon Pura
¿Cómo son posibles los juicios sinteticos a priori?

VII Crítica de la Razón Pura
La razón es la facultad que proporciona los principios del conocimiento a priori.
Filosofía trascendental: un sistema que trate no acerca de los objetos sino la manera de conocerlos.

Resumen de Eugenio Sanchez Bravo



1. Razón / Entendimiento

Lo primero que hay que saber sobre la tercera y última facultad del conocimiento es que la razón no conoce sino que piensa. Veamos, conocer, según Kant, es lo que hace el entendimiento en los juicios, es decir, aplicar a los fenómenos particulares conceptos generales, algunos de ellos a priori (categorías). Hay, por tanto, en el conocimiento, dos elementos necesarios: concepto yexperiencia (fenómeno). Pues bien, pensar consiste sólo en organizar los conceptos según sus relaciones lógicas, encajando unos dentro de otros según sean más o menos universales. El resultado de la actividad de la razón son los conceptos universalísimos que Kant llama Ideas de la razón:
  • Alma. El conjunto de nuestros conocimientos acerca de los fenómenos de la experiencia interna
  • Mundo. El conjunto de nuestros conocimientos acerca de los fenómenos de la experiencia externa
  • Dios. La síntesis de ambas.
Ahora bien, aunque mediante las ideas podemos pensar la totalidad de los fenómenos, ellas mismas no nos dan a conocer nada pues para ello necesitaríamos tener alguna intuición (experiencia) de las Ideas de la razón, cosa que no es posible. Por lo tanto, la metafísica como ciencia es imposible porque el límite de nuestro conocimiento es la experiencia sensible. Pero se da el hecho -faktum, que es la palabra que usa Kant para ponerse serio- de que el hombre es un animal metafísico, de que el hombre posee una tendencia natural a preguntarse ¿Quién soy?, ¿Qué sentido tiene el mundo? ¿Existe Dios? a pesar de ser consciente de que nunca podrá obtener una respuesta. A esta tendencia le llamamos ilusión trascendental. No podemos conocer las Ideas de la razón, pero, dice Kant, podemos atribuirles un uso regulativo en dos sentidos:
  • negativo, señalan los límites del conocimiento;
  • positivo, impulsan a organizar cada vez mejor los conceptos del entendimiento.
El entendimiento es la facultad de juzgar. Juzgar significa subsumir (incluir) una percepción es decir, un fenómeno, en un concepto. Sólo existe conocimiento cuando el concepto general va acompañado por la intuición empírica. Ahora bien, resulta que existen dos tipos de conceptos: unos son empíricos (o a posteriori); es decir, son generalizaciones tomadas de la experiencia (como “piedra” o “calor”). Otros son a priori, y son “puestos” por el entendimiento. Kant los llama “categorías“. Por ejemplo, la categoría de “causa“. Si hemos de analizar el fenómeno “el sol calienta la piedra” siguiendo la filosofía de Hume todo lo que podemos afirmar es que a un suceso A (el sol) acostumbra seguirle un suceso B (el calentamiento de la piedra) pero esta es una relación contingente, sólo probable. En cambio, utilizando la teoría kantiana de las categorías  si pienso: “El sol calienta la piedra”, “calienta” supone implícitamente la categoría de causa (“es causa del calentamiento de”). Esta categoría es a priori y, por lo tanto, nos guste o no, nuestra mente impone a la realidad la estructura causa-efecto y nuestras asociaciones causa-efecto apoyadas en la experiencia tienen un carácter necesario y universalmente válido. Las categorías fundamentales que Kant descubre son la sustancia y la causalidad
La física es la ciencia de la naturaleza, es decir, el conjunto de todos los fenómenos (no de los noúmenos o cosas en sí mismas, que nos son desconocidas) en cuanto están determinados por leyes generales. Asimismo distingue dos tipos de física:
  • La física experimental, cuyas leyes como ya decía Hume son sólo leyes probables, ya que son tomadas de la experiencia.
  • La física pura, que contiene los principios más generales de la física experimental. Sólo estos principios, o leyes, son juicios sintéticos a priori. Sólo la física “pura” cumple las condiciones de universalidad y necesidad que Kant exige a la “ciencia”. ¿Cómo son posibles las leyes o principios de la física pura? Porque en el fondo son las categorías que nuestra mente necesita utilizar para poder conocer el mundo. Y resulta que, casualmente, coinciden los presupuestos fundamentales de la física de Newton:
  1. Principio de permanencia de la sustancia: “En todo cambio de los fenómenos permanece la sustancia, y el quantum de la misma no aumenta ni disminuye en la naturaleza”.
  2. Principio de sucesión temporal según la ley de causalidad: “Todos los cambios tienen lugar de acuerdo con la ley que enlaza causa y efecto”.
  3. Principio de la simultaneidad según la ley de la acción recíproca o comunidad: “Todas las sustancias, en la medida en que podamos percibirlas como simultáneas en el espacio, se hallan en completa acción recíproca”.


Fragmento de Eugenio Sanchez Bravo (a desarrollar)
[...] en cursiva mis comentarios

    Un platónico y neokantiano como yo no tienen más remedio que estar de acuerdo con Tagore. La verdad absoluta y absolutamente objetiva no existe o, mejor, no tiene sentido hablar de ella, 
Distingo entre verdad absoluta y absolutamente objetiva. La primera puede exisitr. De hecho para mi lo hace, y es lo que denominamos LO REAL. Pero eso real, no es objetivable. Una verdad no objetivable, fuera de los límites de la cognición. Por eso coincido que no tiene sentido hablar de ella. Una vez que esa verdad es aproximada por el sujeto, surge la REALIDAD, que es el encuentro del sujeto con esa verdad. Ese encuentro es, en general, contigencia pura, y en particular, subjetividad.


sin sujeto que conoce no hay verdad, ni falsedad. Y el sujeto que conoce es el hombre. De modo que los cuatro trascendentales: verdad, belleza, justicia y unidad, están referidos al hombre. Existen en tanto que existe el hombre. El hombre es el artífice y la medida de estos trascendentales. Por eso decía Platón que conocer es recordar. El conocimiento era el de las ideas, por cierto universales y necesarias, y la experiencia me recordaba las ideas. Ahora bien, y aquí lo importante es el giro kantiano, que él mismo enuncia como su giro copernicano en el ámbito del conocimiento. Ahora explico un poco esto. Y lo bueno es que el pensamiento kantiano sobre el conocimiento se ha enriquecido por la teoría de la evolución y las actuales neurociencias. Decía que lo importante es no confundir, como creo que tu haces cuando lees la conversación Einstein-Tagore, lo subjetivo (que afecta a lo particular) con la subjetividad (que es universal y necesaria, es decir, afecta a la humanidad.) Pues bien, el giro kantiano es su propuesta de que el conocimiento y la validez de tal no gira en torno al objeto, el objeto, como cosa en sí, independiente y separada del hombre, es incognoscible. Lo que hace cognoscible al objetos son los “a prioris” que se dan en el sujeto. Esos a prioris pertenecen al sujeto (sensibilidad y entendimiento y son las intuiciones y las categorías o conceptos.) las intuiciones son el espacio y el tiempo y las categorías son doce, entre las que se encuentra, por su importancia en la ciencia, la causalidad, que nos permiten pensar (construir es un termino mas adecuado para mi) la realidad. Dicho más llanamente, la realidad, los objetos, la ciencia se me da, es posible, en tanto que en el hombre: kant hablaba de sensibilidad y entendimiento, hoy hablaríamos de redes neuronales, está la capacidad o condición de posibilidad de que se me dé esta realidad. Es el sujeto universal el que piensa (construye) la realidad. Pero, una cosa. Esa condición de posibilidad es universal, porque pertenece a la humanidad, a cada uno de los hombres por igual. Las diferencias serían culturales. La ciencia tiene una validez universal, pero es fruto del hombre. Y a Kant se le suma la evolución y las nuevas neurociencias. Kant pensaba que los a prioris eran fijos, pues no, hay una filogénesis de los mismos. Por tanto, nuestra forma de entender el mundo ha pasado la criba de la evolución. (En un sentido similar, yo pienso algo asi: nuestra forma de entender el mundo es algo propio de nuestra mente. Si se desea reduzcase al cerebro, no hace a lo que quiero decir. Esta mente, es REAL. Ergo, existe en y como parte del universo, del conjunto de lo real, y su funcionamiento se encuadra e integra en el funcionamiento de éste. Se encuadra, se integra, y SE LIMITA a éste, por eso no puede ni ir mas allá, ni siquiera tocar su frontera. De ahí surge la incognoscibilidad de lo REAL. El nexo que nos llevaría hacia ello, es parte de ello, moldeada y limitada por ello pero incapaz de trascenderlo, de llegar a percibir el ello desde una perspectiva que lo supere, que se eleve por encima de. )Las condiciones de posibilidades del conocimiento son evolutivas (evolución, una expresión o subconjunto de las leyes del universo. una medida de esa forma en la que interpretamos el encuadre de lo biológico en lo REAL)y se fijan en la estructura de nuestro cerebro y son universales, como lo es el tener manos. Y ya, para abreviar, las neurociencias lo que nos sugieren es que el cerebro, ver a Llinás “El yo y su cerebro” y Francisco Rubia, “En la senda de Spinoza” es una máquina de configurar la realidad. (o como Huxley, un filtro) Ahora bien. Todo esto, lo de Kant, lo de la filogénesis del conocimiento y los más extraño y fabuloso, el cerebro como máquina de confabulación de la realidad, (o como el psicoanálisis) no nos lleva al subjetivismo, sino a la certeza de que el conocimiento, como el bien y la belleza existen en tanto que existe el hombre, pero, igual que los afectos, los dos fundamentales y básicos: el amor y el odio, son universales.

    Por eso la verdad jurídica es humana, como creo que tú pretendes decir. Pero no subjetiva. Subjetiva es la del testigo, por eso es menester un juicio en el que se escuchen las partes, porque la verdad, al depender del hombre como tú sugiere, tiene muchas caras. Y el juicio es la única vía que encontramos para esclarecer la verdad de los hechos. ¿Que podremos llegar a una verdad absoluta?, de ninguna de las maneras, y ahí es donde creo que estamos de acuerdo y es lo que tú querías decir, pero sí a una verdad objetiva y universal. De lo contrario, no tiene sentido ni la ciencia, ni la justicia, ni la historia, ni la ética…pensamiento que, por lo demás, también es posible dentro del nihilismo. Yo estoy a caballo entre el nihilismo y el naturalismo. Un nihilismo radical, la anulación de cualquier discurso y reducción de todo al subjetivismo, una cosa así como lo que defiende Reguera, nos puede llevar al mal radical, a la justificación de todo