28 de abril de 2011

El demiurgo

Desde chico todos decian que lo suyo seria la arquitectura. Solo con ver la dedicación con la que acomodaba los bloques, las horas que se pasaba encastrando las figuras en los huecos, rellenando espacios, contemplando los mecanismos, bastaba para naturalmente enunciar esa profecía. A edades muy tempranas los padres y abuelos se deleitaban con la peculiaridad de sus juegos. La abuela se esforzaba tanto en traerle permanentemente nuevos y mas novedosos juguetes, sólo para ver la alegria y agradecimiento con las que el pequeño Marcelito los recibía. Lo que fascinaba a su abuela y a su madre era lo poco que le duraba el entusiasmo por el uso normal del  juguete (la forma correcta de jugar, decia su padre) para luego dedicarse dias y dias al juego que a el en realidad le gustaba: desarmar los jueguetes por completo, mezclar las piezas dentro de una bolsa para luego ir sacándolas una por una, mirarlas y examinarlas detenidamente y volver a armar. Los resultados de este procedimiento recurrente eran pocas veces exitosos: generalmente sobraban piezas, y muy frecuentemente se rompían a la hora de intentar forzar un acople o encaje, o a veces mas torpemente, las rompía al momento de desarmar.
Con el tiempo y la práctica, los resultados finales mejoraban al punto de que su propio padre llegó a reconocer por primera vez, mirando detenidamente un avioncito que "quedó igualito que antes". La primera parte del truco aprendido por Marcelito era ese: a veces ocultaba piezas faltantes, pero al ser estas de una función no muy obvia o reconocible para la mirada rápida y bienintencionada de sus mayores, la ausencia era indetectable. La diferencia entre el original y su versión se remitía siempre a algún tipo de pérdida menor: algun movimiento o funcionalidad quedaba afectado, algún detalle quedaba inconcluso, algún factor estético irrelevante. Nunca se engañò a si mismo, como engañaba a los demñas. Siempre con buen juicio, desde aquella edad, asumió esa falta: por mas que nadie supiera, la ausencia allí estaba. Por mas que sólo él o un especialista fuera capaz de notarlo, su versión del objeto era imperfecta (si es que cabe el adjetivo, puesto que los objetos eran imperfectos de por sí) o por lo menos, mejor dicho, su versión era inexacta e incompleta por vía de una imperceptible omisión.
También precozmente percibió cuál era la falta de su acto que le impedía gozar plenamente del aparente éxito obtenido por su obra. El hecho de reproducir un objeto original por completo, a la "perfección", podía ser un fin meritorio para sus mayores, pero para él no era suficiente. El sentía la necesidad, llamémosle creativa, de producir un cambio significativo que llevara al objeto mas allá de su condición inicial, de su aparente perfección o de su imperfección resultante. El buscaba, en realidad algún tipo de transformación. ¿Cómo transformar lo ya creado, usando lo ya creado, sin que parezca tranformado? ¿cómo hacer distinto lo que es igual, lo que debe seguir siendo igual? Ensayó en corto tiempo varias alternativas: realizó conmutaciones y permutaciones que a él se le antojaban ocurrentes o significativas, acerca de las cuales inventaba justificaciones y teorías, pero sin embargo eran inmediatamente rechazadas como incongruentes por su entorno: "no mi amor, la nariz va entre los ojos y la boca, y las piernas son para caminar".
Un día, mientras rearmaba un hermoso autito a control remoto que le trajo la abuelita de un viaje por el exterior, tuvo un verdadero hallazgo: realizó una inversión de un circuito eléctrico de manera que para hacer doblar el auto a la izquierda, debía pulsar el botón de giro a la derecha, y viceversa, y análogamente con la función adelante-atrás. Llevó ante sus padres reunidos en el comedor el auto que ellos mismos habían visto desarmar en cientos de piezas.El mismo autito sobre el cuál su padre aventuró un pronóstico agorero, suponiendo que la electrónica lo llevaba a una nueva dimensión de dificultad; el autito que al ser visto inmediatamente trajo a la memoria de la abuela lo costoso de su adquisición; el autito que su madre estaba segura que no funcionaría pero sin embargo igual alentaría a seguir intentándolo; el autito que su hermano envidiabar poque ¿cómo podía ser que en vez de jugar y disfrutar y cuidarlo como lo haría el, se lo regalaban all tonto de marcelito que rompía todo?. Ante los ojos de todos lo depositó en el suelo y exhibió un
perfecto y suave recorrido por la sala, doblando en la esquina de la mesita para terminar bajo la silla del padre, el mero punto de partida. Atónitos, ninguno pudo percibir que cuando el carrito giraba para un lado, el piloto ordenaba la acción contraria. El resultado fue un aplauso del padre, un sollozo ahogadode la abuelita, una sonrisa amable y ojos vidriosos de la madre y un puchero del hermaito. La conmoción interior de Marcelito iba mucho mas allá.
Es así como descubrió lo que recién en su adolescencia pudo formular racionalmente: "en base a estas limitaciones formales de funcionabilidad y repitibilidad, la única transformación permitida puede operar a traves de un cambio a nivel significado de la cosa en su contexto, a nivel relación, peor, a nivel interpretacion. La forma aparente debe guardar consistencia con el modelo original, y la componente externa del éxito siempre va a estar relacionada con el grado de acercamiento al patrón conocido por los demás. Pero el plus de satisfaccion, el exito interno, viene a partir del sentido propio que encuentro o creo, y camuflo bajo la apariencia de la mera reproducción.", escribió en un cuaderno secreto.

Pasaron años. Educación, experiencias, lecturas, viajes, amigos. En todo, absolutamente en todo, el joven repetía el patrón. Era su modo.
Con el tiempo conoció  consecuencias negativas de su particular goce: fue cuando agregaba, cuando incorporaba, cuando introducía a otros sujetos en su modo, había algo mal. Reconoció como perversa esa tendencia, esa aplicación particular del Método. Obtuvo experiencias desagradables por la forma en que sometía no ya a sus padres y hermanos, sino ahora a todos los demás a la prueba del camuflaje.
Primero se esforzaba con demasía en ocultar el mensaje de su acto exitoso, tratando de percibir quién podía llegar a intuirlo o no y utilizando este medio como una especie de criterio de selección para detectar "seres especiales", considerando el descubrimiento del truco un signo que delataría la inteligencia, sutileza y
sensibilidad del eventual descubridor. Y avanzado ya en edad, el truco y el acto adquirían formas ya en extremos diversas que no viene al caso relatar. Mas adelante, un poco cansado ya por la ausencia de resultados, se encontraba a sí mismo "desmejorando" adrede el camuflaje, tratando de dejar mas rastros e indicios, disminuyendo así el nivel de exigencia de la prueba y aumentando la probabilidad de encontrar un calificado, escapando así a su propia trampa de soledad. Nunca supo bien por qué, extrañamente
también, algunos que  descubrían el truco encontraban en ello hazaña, y menos aún el placer que sentían en el secreto y complicidad que se generaba luego entre ellos.De algún modo su prueba proyectaba cierto prestigio vano, que alguna gente proclive a esa debilidad abrazaba sin mas. Este juego también cansó, y aunque nunca se fue del todo, con los años dejó de ser su favorito.

Adulto, instruído y formado ya, su profesión de elección fue la arquitectura. Graduado con honores, reconocido por sus pares y profesores, su área de especialidad fue la construcción de edificios hiperseguros. Fundó una empresa dedicada a la construcción de edificios indestructibles, como denominaron los asesores de marketing. Se trataba de estructuras superresistentes para todo uso y destino, que, sin ser excesivamente robustas o redundantes, demostraban notable solidez ante los embates y acciones habituales y también los raros. Esto fue puesto a prueba durante los años, de maneras insólitas y de maneras naturales. Una y otra vez, sin importar lo que alguien hiciera o sucediera, los edificios de su firma seguían en pie, íntegros y adustos, mientras los edificios normales diseñados con criterios convencionales se agrietaban, dañaban o directamente colapsaban. La dura verificación empírica la produjeron cataclismos, atentados y cimbronazos naturales, fortuitos, espontàneos o intencionales en muchos lugares del planeta, y mirando relativamente los edificios de Estudio M frente a los pocos otros que también sobrevivían a estos eventos extremos, una y otra vez la opinión pública y los medios se inclinaban por ellos señalando su economía, simpleza y evidente y probada eficiencia, transformándose en un fenómeno masivo de ventas.

Así llego a viejo, con un emporio construido a lo largo y ancho del mundo. Su obra era sinónimo de seguridad para el vulgo, marcaba un paradigma para los especialistas y estudiosos de la materia, y hasta llegó a ser alabado como "signo de la integración perfecta del intelecto con la física, de la mente del hombre con la obra de Dios,la armonía y convergencia entre la ley de la razón y la ley de la naturaleza" y muchas otras grandilocuencias del estilo, publicadas en un periódico local de su pueblo natal por un reconocido epistemólogo que era vecino suyo de la infancia.

Pasaron algunos años de su muerte cuando a un estudiante de arquitectura, elaborando su tesis en el área de construcciones seguras, le llamaron la atención ciertos detalles extraños en algunos sitios clave de las estructuras, rasgos recurrentes a lo largo de todas las obras que proyectó y realizó Don Marcelo. Decidió ir a la fuente y consultarlas con Marito, único hijo de Don Marcelo, continuador de su obra y administrador de sus empresas. Convenció al actual presidente de la compañìa, para que revisara los "borradores cero" de las memorias de cálculo y planos de diseño. Estos se encontraban celosamente guardados en la bóveda del museo de la empresa, y revestían para toda la familia un valor grandísimo no solo como garantía de la propiedad intelectual que sosteía su fama y fortuna, sino algo místico, casi sagrado, por lo que el acto de su apertura y exámen debió hacerlo Mario de manera casi clandestina.  Era casi un acto profano.
Extrañamente días después de abierta en secreto la bóveda, un incendio arrasó la planta baja y sòtanos de la sede central de la empresa. Sobra decir que la estructura no sufrió daños, sólo los contenidos de los pisos inferiores del museo que fueron ciento por ciento reducidos a cenizas.
El joven estudiante denunció ante la justicia penal al magnate y actual presidente de la compañia, aduciendo que había destruído a drede evidencia que comprometía de manera arrasadora a él, su familia y su imperio, ya que la evidencia destruída señalaría fallas sistemáticas en las estructuras que comprometían la seguridad pública de los miles de familias que vivían en los edificios construídos por la compañia, las escuelas que utilizaban los niños, hasta los mismos palacios de justica donde se celebrabaría el juicio. Durante tres años, en un juicio sin precedentes realizado en simultáneo en todos los países donde se asentaban las estructuras pergeneadas por Don Marcelo, se realizaron cientos de pericias y exámenes y se conformaron cientos de paneles de los mas reconocidos expertos. La conclusión mas o menos unánime a en todos lados fue que, pese a encontrarse en los edificios algunos detalles constructivos inexplicables dentro de los canones que la propia teoria marcelina, incongruentes con algunas premisas básicas postuladas por el autor, no pudo demostrarse que representara una amenaza real o potencial a la seguridad, estabilidad, resistencia o
funcionalidad. Eventualmente, a lo sumo, la obra marcelina había perdido parte de su mítica perfección, eficiencia y economía, pues algunos sabios concluyeron que "Parece que algunos detalles, sobran".
Como es de público conocimiento, meses antes de la publicación de este articulo se experimentó el primer y único colapso (parcial) de una estructura marcelina que registre la historia. Sin embargo, como se encargó de confirmar el gerente de la contratista encargada de la construcción en su nota de suicidio, esto es atribuíble a los vicios en la construcción y la mala calidad de los materiales empleados, que este inescrupuloso individuo permitió y encubrió, fruto de su propia corrupción.