4 de marzo de 2011

Vuelta por el universo. Parte III -la hembra, el hermano, el padre y la mamma-

 Acostado sobre la hierba, tierra y ramas, recordaba y pensaba. Alrededor mío, entre el follaje, una figura daba vueltas y me observaba. Una especie de guerrero con una máscara muy grande y una mirada entre altiva y amarga. No me dió miedo, porque de algún lado lo reconocía. Había adoptado la forma de El Tabaco, una especie de guardían, un ser que custodia algunas cosas (vaya uno a saber qué) supuestamente sagradas. No me distrajo, pero evidentemente si estaba allí algo pasaría. Seguí semivigilante, en la mía, hasta que sigilosamente, ella se acercó por detrás y se acomodó suavemente a mi lado.Con mucha suavidad me tomó de las manos y llevó hacia su rostro mi mirada. La miré con ternura y con algo tristeza. Estaba hermosa. "Hola. Que bueno verte. Pero no puedo acompañarte aún, no estoy preparado. Voy a quedarme acá con mi hijo, mis hermanos y mis recuerdos, y otro día vuelvo a buscarte. Tal vez entonces podamos ir juntos". Me apretó las manos muy fuerte y me dijo "Dejalos acá y vení, igual hay cosas que puedo mostrarte y algunos lugares donde podemos pasar un tiempo juntos". Entonces me dejé llevar, la fui persiguiendo mientras corría y me llamaba. Nos fuimos por el bosque, por un túnel entre las ramas hasta llegar a un claro donde había colchón de hojas y flores. Nos dejamos caer en nuestro lecho y noa enredarnos, literalmente. Un enjambre de extremidades, brazos, ramas, cabellos, hojas. Una urdiembre sin fusión, en donde había integración pero no disolución. Me fue guiando y sumergiendo en un intercambio erótico muy intenso. Erótico, pero no sexual, en dondela caricias eran tódo, y la entrega parecía consagrada y el éxtasis era suave y uniforme, una gran cosquilla. Su feminidad era tan absoluta que de mi parte toda respuesta posible era masculina afloraba. Sensaciones muy intensas en donde toda la energía libidinal se concentraba en un punto cualquiera de mi cuerpo: el punto en donde ella, con la punta de un dedo (o una rama) me rozaba. Sumergido en el juego, decidí yo también acariciarla. Recordé el tema de la abstinencia que propuso el chamán: era claro el por qué de la necesidad de ahorrar energía libidinal.En un momento, con temor me frené. Recordé algo muy negativo, me detuve y miré mis manos. Esperaba encontrarlas desagradables, sin embargo parecían luminosas y estaban sanas, sin ninguna cicatriz ni suciedad. Me volví a ntregar, ahora de manera mas activa, y ella accedió. Por hora nos mantuvimos en ese juego de caricias mutuas, idas y vueltas, sacudidas y llamadas, erotismo asexual, afálico, agenital, dérmico, aéreo y musical.
Nos entregamos una y otra vez. Sabía que no debía cruzar la barrera de lo erótico, sólo hasta los bordes de esa frontera me atrevía a jugar. Y en los descansos e inicios del juego, vi muchas cosas. Entre ellas, su cara. Sus caras. La cara que tantas veces tuvo, en ésta y en vidas pasadas. Todas las veces que fuimos amantes, en todas las mujeres en que ella alguna vez había encarnado o cuyos espíritus aunque sea un instante había tomado. Reinas, princesas, esclavas, viejas, jóvenes, indias, egipcias, del futuro, de hace poco. "Veo toda y cada una de tus caras, de todas las veces que viniste y me visitaste, inclusive hoy, que en este que habito me encontraste. Sin embargo, sigo sin ver cúal es mi cara" . "Mirate al espejo, entonces", me dijo mirándome recostada. Miré alrededor y en la selva y en las cuevas, no había nada donde pudiera buscar mi reflejo. "Tus manos son el espejo. ¿O cómo te crees que me tocabas?" Atónito por entender la verdad de la afirmación miré mis palmas y allí estaban, dos espejos sin fondo (como todos) en los que al sesgo mi imagen se adivinaba. Con ellos, con espejos que devuelven una imagen es como tocamos, con nuestro reflejo solamente podemos ser tocados. No hay contacto, es imposible: unos y otros estamos en lados distintos, sólo hay una pequeña superficie, una interfase en donde sin realmente tocarnos nos acercamos hasta la ilusión de sentirnos, de sentir el otro o el afuera. Falso, el sentido no es de afuera, es un rebote desde lo que se proyecta del interior.
Tomé coraje y miré de frente. Me vi, de una forma muy descarnada. No soporté mas de unos instantes, y ella al notarlo, me trajo de vuelta a su cama. Seguimos otro rato, y en nuestros juegos por ahí levantaba mis manos y nuestras caras juntos se observaban. Reyes, principes, esclavos, egipcios, indios, de estos dias y de antes de nacer. Paramos. "En un rato vuelvo, hay alguien mas que debes ver antes de irte". Se fué y otra vez estaba ahí el guardián que me rondaba. Nunca se había ido. Se acercó y se paró frente a mí: un formidable guerrero con cabeza de perro, mirada fria y una mueca giocondesca en su cara. No temí pues lo conocía. Era mi hermano mayor, que en tantas ocaciones así como me limitaba, advertía o custodiaba, de esa misma manera me enseñaba. Anubis dijo "Detrás de mi para vos todavía no hay nada" "Ya lo sé, y no tenés que guardar nada, porque entiendo, por fin, que es justo lo que a mi está vedado" "No vengo a guardar nada, sé que no querés pasar. Pero vengo a recordarte esas palabras que en libros encontraste, reconociste y sin embargo dejaste en nada -El ojo con el que ves a Dios es el mismo ojo con el que Él te ve a vos. Ese ojo es un ojo, y es un conocimiento, y es una cara" Tocó con su vara mi frente, entre mis ojos. El tercer ojo. Tomé mis manos espejo, y escarbando con la punta de mis dedos en ese ojo fuí estirando y abriendo mi cabeza, como quién pela una mandarina. Recordaba la melodía... "Se esconde en el centro de tu cabeza. Si lo encontraras podrías detener la tierra, que gira sólo por girar y no va a ningún lado" Ahí estaba frente a él, a ello. Mientras el chamán lo llamaba "el todopoderoso", yo lo veía directo en su plenitud y entendía que de poderoso (que puede hacer) no tenía nada: era nadapoderoso, porque justamente no hacía nada. Era todopotente, ya que su forma era la primordial, y era todo lo posible pero sólo en potencia.  Su "existencia", necesaria (no puede no ser) sin embargo su entidad algo puramente contingente (puede no ser). Pero de identidad puramente imposible (no puede ser). Un mar de reflejos dorados, ni frío ni caliente. Una tibieza absoluta que se extendía mas allá del horizonte. Pequeñas olas, crestas que aparecen y desaparecen y en su fugacidad un breve reflejo del sol destellan. Las vidas, los seres, las existencias son esos reflejitos. El llamado a sumergirme esta vez en mi no estaba, como alguna vez obsesivamente sí estuvo: no puedo andar en esas aguas, sin embargo ya estoy sumergido, sólo que en un pequeño arroyo afluente muy pero muy tierra adentro, río arriba, muy pequeñito pero que inevitablemente en su transcurso aquí desembocará, y se desintegrará etambien, cuando llegue el momento, en este mar de ríos-vidas de entidad diluída. "A su tiempo" Cerré despacio la puerta, muy pero muy agotado me volví a echar panza arriba.
Con ganas de dormir ya, pero las canciones aún seguían. De reojo vi las ramas moverse. "Es mi amada que viene a despedirse" me dije. Sin embargo era otra quien venía. Una calma y pasividad en mí la precedían, los ícaros me predisponían muy bien para recibirla.
Dio una vuelta, me miró, acercó su cara a mi cara, luego a mi panza. Me tocó la garganta. Su mano era muy caliente, y la sensación en mi cuello era de algo que se aflojaba. Luego buscaba con su tacto algo en mi pecho, luego pareció encontrar algo en el costado de mi panza. Entendí que podía ayudarla, y con mis palmas de la tierra tomaba la fuerza, se la daba a ella y con eso ella me curaba. Otra vez puso un dedo, con su toque sanador, y sentí como desintegraba una dureza. Terminó y se fue tarareando una copla que aun resuena en mi cabeza. La miré hasta que despareció y le dijo "Adios, mi Mama Pacha"
Extenuado pero con una sensación rara en el cuerpo, de calma, juventud y con una especie de percepción de mí mismo "autoreferente pero consistente, no ensimismada (¿?)" toqué un rato la guitarra, como para recordar tantas melodías extrañas y conectarlas con mis toques cotidianos. La toque con mis dedos, con las llemas, y al estar descalzo en la tierra las notas subían solas y explotaban solas en la punta de mis palmas. Comí frutas, tome agua. Olí los perfumes. Me terminó de desperar un nuevo día lleno de olores intensos y aún en mi cuerpo el aroma a flores de mi amada. Pasaron varios días con el olor de ella en mí, y a medida que comía otras cosas, sin remordimiento y sin afan de poseerla mi cuerpo la día tras día la eliminaba. De todos modos la memoria queda, el aprendizaje da una nueva vuelta sobre mí mismo y en esa ronda el conocimiento de mi propio ser se afianza.