26 de noviembre de 2009

19D





La presion sistemática ejercida. La sensación de ahogo. El sentimiento de opresión.
La frustración provocada por no encontrar salida, en distintos, tontos, torpes, vanos intentos por revertir la situación. Un agujero negro que todo lo devora. Y muere en una explosión.

Una rebelión descontrolada, desenfocada. Una explosión caótica. Un atentado terrorista del tipo suicida. Destrucción indiscriminada, con anhelo de totalidad ( o de nada): Del otro, del transeúnte, del inocente, y de uno. De lo ajeno, de lo cercano, y de lo propio. El fin del mundo, el cataclismo. Los siete jinetes, pero sin cabeza.

Agresión desenfrenada hacia la persona que se veía como responsable de ese malestar. Pero también
cimbronazo contra los propios valores. No ya contra blancos sociales, de terceros, estructuras de otro u otros. Ese camino ya fue transitado, y esta vez era mas dificil separar el uno de los otros. Esta vez la destrucción debía ser mas profunda, pues la frontera entre el uno y los otros era bien difusa.

Ahora fue atentar contra fuerzas superiores, ubicadas en límites mas y mas lejanos. Zonas nunca antes transitadas,límites nunca antes transgredidos: de naturaleza profunda en el propio código moral, de raíz primitivamente cultural, con matices antropológicos y biológicos, un territorio de puras sombras pero englobador de muchos otros: el tabú.
Tratar de hacerlo de manera irreversible. No dejar salida. Solo una, la nada. Entonces, la muerte vendría sola y haría su tarea de manera automática.

Pérdida del respeto de los demás, y del propio. Un pecado mortal.

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